Celebraciones fallidas

por | Dic 29, 2022 | Fe, Mix, Opinión | 0 Comentarios

Los días de fiestas de fin de año encierran un misterio. Por un lado, tenemos la ilusión de lo que estas significan y tratan de expresar: alegría, calidez, hospitalidad, sentido de familia. Sin embargo, por otro lado, (y sobre todo en los días post-celebraciones) mucho experimentan sentimientos contradictorios en relación a lo vivido: para algunos no hubo real encuentro, para otros la alegría fue pasajera y para la mayoría significa regresar de la ilusión a la realidad. Inclusive hay momentos en los cuáles las celebraciones se convirtieron en amplificadores de conflictos o crisis familiares.

El símbolo de la casa desordenada, los paquetes de regalos esparcidos y de la botella de champaña por la mañana a medio servir, nos puede dar una imagen de “lo que quedó de la noche anterior”.

La verdad es que en lo profundo, esta desilusión expresa la búsqueda que todos los seres humanos tenemos desde nuestro nacimiento: el anhelo por un hogar real donde podamos ser amados, valorados y recibidos.

El escritor y teólogo británico CS Lewis lo expresa de la siguiente manera:

“Nuestra nostalgia de toda la vida, nuestro anhelo de reunirnos con algo en el universo de lo que nos sentimos separados, de estar en el interior de alguna puerta que siempre hemos visto desde fuera, no es un simple capricho neurótico, sino el indicio más certero de nuestra verdadera situación”. (2)

La cruda verdad es que ese hogar era un lugar que teníamos, pero que menospreciamos y perdimos.  Ese hogar era el Edén, el hogar creado por Dios para sus hijos. El lugar donde su presencia era continua, permanente y sin límites.

Tal como lo dice Tim Keller en su libro “El Dios Pródigo”:

“Al comienzo del libro de Génesis comprendemos la razón por la que todas las personas nos sentimos como exiliadas, como si nunca estuviéramos en casa. Se nos dice que fuimos creados para vivir en el jardín de Dios.
Ese fue el mundo para el cual fuimos creados, un lugar donde no había separación del amor, ni decadencia, ni enfermedad. Era todas estas cosas porque era la vida frente al rostro de Dios, en su presencia. Estábamos allí para adorar y servir a su majestad infinita, y para conocer, disfrutar y reflejar su belleza también infinita.
Ese fue nuestro hogar original, el verdadero país para el cual fuimos creados.”
(2)

Toda búsqueda del hogar, de verdadera comunión y aceptación fuera del hogar del padre será un sustituto artificial. Tal vez hay relaciones que nos suplirán de bienestar por un tiempo limitado, pero más temprano que tarde llegará la desilusión, el fracaso de las relaciones, la traición o el desgaste. ¿Por qué? Porque cada hogar compuesto por seres humanos caídos tendrá caídas. Tendrá trizaduras, tendrá desilusiones.

¿Estamos condenados entonces a vivir en esta desilusión permanente? Dos pensamientos en relación a esto:

Primero, debemos abrazar la realidad de lo imperfectos y falibles que somos en construir nuestras propias relaciones y hogares. Esto nos llevará a tener una mirada de gracia y paciencia hacia los que nos rodean. Nos ayudará a tener una expectativa más real y honesta de lo que es una familia y las relaciones cercana acá en la tierra. Pero sobre todo, nos recordará que nuestra esperanza final y nuestro sentido de propósito no proviene ni debe estar construida ahí.

Lo segundo será comprender y asumir que tenemos la imperiosa necesidad de regresar al hogar de nuestro Padre Celestial.

 En el mismo libro citado anteriormente, Keller lo expresa así:

 “Aunque necesitamos un amor duradero, todas nuestras relaciones están sujetas a la entropía inevitable del tiempo y de desvanecen en nuestras manos. Incluso las personas que permanecer fieles a nosotros mueren y nos abandonan, o nosotros morimos y las abandonamos. Aunque queremos marcar una diferencia en el mundo por medio de nuestro trabajo, sentimos una frustración sin límites. Nuestros sueños y esperanzas nunca se materializan por completo. Podemos esforzarnos en recrear el hogar que hemos perdido, pero como dice la Biblia, este solo existe en la presencial del Padre celestial de quien nos hemos alejado” (Ibid)

Entender esta realidad nos puede ayudar a tener una mirada más realista de lo que son nuestros espacios humanos de hogar, familia y relaciones. Mientras estemos en esta tierra siempre habrá imperfección y desilusión. Asumir esto nos proporciona una mirada de mayor compasión, tolerancia y amor a los “imperfectos igual que yo” que me rodean.

Pero también esta perspectiva me ayuda a reconocer el profundo anhelo que habita en mi corazón: Necesito volver al hogar del Padre, a su presencia. Ese es el único lugar donde puedo realmente ser amado, valorado y recibido.


1) C.S Lewis, «El peso de la gloria»

2) Timothy Keller «El Dios pródigo: Recuperemos el corazón de la fe cristiana» , Editorial Vida, 2011, Págs. 81-82

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Escrito por alepooley

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